De vez en cuando pienso en reflexión, “¿Porque soy cristiano?” o, “¿Por qué soy Católico?”
La respuesta cada vez vuelve al evangelio y el impacto que tiene el evangelio en mi vida.
Ahora, tengo que aclarar que no estamos hablando precisamente de los cuatro libros al principio del Nuevo Testamento en la Biblia, Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Tenemos que entender lo que hablaba San Pablo en sus cartas. Cuando Pablo escribió sus cartas, en los años 50 o 60 en la primera generación de la iglesia, todavía estos cuatro libros que llamamos hoy “Evangelio” no existían. Estos libros fueron escritos mucho después, hasta quizás en los años 70, 80 y 90.
Cuando los primeros apóstoles hablaban del evangelio, se acuerden Uds. que ellos estaban hablando de algo totalmente nuevo, buenas noticias; las mejores de noticias.
Pablo y los apóstoles estaban hablando a un mundo que no esperaban ninguna vida mas allá; ninguna vida eterna con Dios. Fue un mundo sin Cristo, sin esperanza; un mundo de melancolía por falta de esperanza. Solo existía lo que podemos tener y experimentar en esta vida terrena. Nada existía después de la muerte. La Muerte ganaba todo.
A este mundo los apóstoles predicaron la buena nueva. Pablo predicaba a los Corintios. Luego Pablo escribió a ellos,
Les recuerdo el Evangelio que yo les prediqué y que ustedes aceptaron y en el cual están firmes. Este Evangelio los salvará, si lo cumplen tal y como yo lo prediqué.
Si no existían los libros del Nuevo Testamento que llamamos “Evangelios”, entonces ¿que predicaba San Pablo y los primeros apóstoles?
Predicaban lo que tenia que ser la verdad mas importante, la buena nueva que nadie había oído antes. Como escribió San Pablo,
Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos….”
¡Resucito! ¡Cristo vive! ¡Todavía vive! ¡Domino Jesucristo a la Muerte! La Muerte perdió su poder. Y si lo seguimos, podemos nosotros, también, ganar sobre la muerte y vivir con El eternamente. ¡Por eso soy yo cristiano! Por eso somos bautizados y confirmados. Este evangelio nos ofrece perdón de nuestros pecados y la salvación.
Pero, tenemos que seguir a Jesucristo. Tenemos que ser miembros de la Iglesia que fundo Jesús. Jesús mando a los apóstoles al mundo para fundar su iglesia y salvar los hombres de la muerte eterna y para vivir con El en su Reino del Cielo.
Cuando San Pedro entendió por primera vez esta verdad le experimento miedo, y dijo a Jesús,
“¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”
Dijo Jesús a Pedro y los apóstoles,
“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
El impacto sobre ellos fue inmediato en su respuesta.
Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Yo quiero seguir a Jesucristo. Yo quiero vivir en su red. Yo tengo que vivir en el barco con San Pedro y San Pablo. ¡No me queda otra opción! Este barco es nuestra Iglesia que nos va a salvar de las trampas y tragedias de este mundo.
La membrecía en la Iglesia es espiritual y física. Los Sacramentos de iniciación nos traen en comunión completa con el Señor Jesús y los Santos Pedro y Pablo y la membrecía de la Iglesia. Membrecía requiere Bautismo, Eucaristía y Confirmación. La Confirmación completa la gracia del Bautismo por una efusión especial de los dones del Espíritu Santo.
Recibimos nuestros sacramentos a través de la Iglesia Católica construida sobre San Pedro. Maduramos en nuestra fe a través de la Iglesia. Encontramos a Jesús a través de la Iglesia. Somos salvados en la Iglesia.
Físicamente, cada uno pertenece a una iglesia particular, una parroquia. El Papa Francisco pertenece a la parroquia del Vaticano. Yo soy orgullosamente un parroquiano de la Parroquia del Sagrado Corazón. Físicamente y espiritualmente, yo pertenezco a esta Iglesia. Esta es mi parroquia! Yo pertenezco aquí. Ustedes pueden contar conmigo!
De nuestra parroquia salimos al mundo para construir el Reino de Dios y pescar mas hombres para Dios. En el libro de Isaías escuchamos a Isaías decir,
Entonces escuche la voz del Señor diciendo,
“A quién enviare? Quien ira por nosotros?”
“Aquí estoy,” Dije; “envíame!”
Envíame! Ser un parroquiano viene de lo profundo de tu corazón. Tengo hambre de Dios. Necesito estar en mi parroquia ¡CON USTEDES! Aquí me alimentan en la fe. Yo cumplo con mis obligaciones con Dios en mi iglesia. Yo sirvo a Dios y a mi Iglesia a través de mi parroquia.
A medida que maduramos en la fe, maduramos en la membrecía. Nosotros le decimos a Dios, “Aquí estoy, Señor. Puedes contar conmigo!”
Como parroquianos no podemos estar en secreto, invisibles. A medida que crecemos en fe, nuestros espíritus gritan, “Aleluya!”, y oramos juntos a Dios en nuestra Iglesia, nuestra familia de fe. Juntos como familia en nuestra parroquia, aprendemos de Dios en su Palabra. En nuestra parroquia recibimos a Su Hijo en su Cuerpo y Sangre Santísimo. Encontramos perdón de nuestros pecados en nuestra parroquia.
Un parroquiano es un miembro totalmente iniciado en la Iglesia quien dice a su comunidad y a Dios, “Aquí estoy. Aquí sirvo. Pueden contar conmigo!”