Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes».
Luego de mostrarles sus manos y su costado y los heridos de su Crucifixión. Y, luego,
. . . sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar».
En este momento la Iglesia recibió sus poderes, dones de Jesús y el Espíritu Santo. Jesús paso unos cuarenta días más con sus discípulos y apóstoles, ensenándoles y preparándoles, formándoles en su Iglesia con la autoridad de perdonar los pecados, y a compartir en el mundo los dones del Espíritu Santo.
Desde la llegada del Espíritu Santo a la Santa Iglesia proclamamos el evangelio de nuestra salvación. Proclamamos que somos Trinitarios, y que creemos que Dios es uno en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Proclamamos que cada uno de nosotros, una vez bautizados y confirmados, también recibimos el Espíritu Santo para guiarnos e instruirnos. Así, la experiencia de la Iglesia de 2,000 años es un tesoro de experiencia de Dios y sabiduría para nuestra salvación eterna.
San Pablo nos da una explicación del pecado, que procede del desorden egoísta del hombre que actúe radicalmente en oposición al Espíritu. San Pablo nos enseña,
Son manifiestas las obras que proceden del desorden egoísta del hombre: la lujuria, la impureza, el libertinaje, la idolatría, la brujería, las enemistades, los pleitos, las rivalidades, la ira, las rencillas, las divisiones, las discordias, las envidias, las borracheras, las orgías y otras cosas semejantes.
Esta lista de desórdenes y pecados nos serviría muy bien como guía para separarnos de los pecados.
Y San Pablo nos ofrece frutos del Espíritu, cuando dice,
En cambio, los frutos del Espíritu Santo son: el amor, la alegría, la paz, la generosidad, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio de sí mismo. Ninguna ley existe que vaya en contra de estas cosas.
Cada uno de nosotros necesitamos el Pentecostés. Cada uno de nosotros ya sabemos que Jesús y nuestro Padre nos ha mandado el Espíritu Santo. Lo único que nos queda a nosotros es sinceramente negar al pecado y las desordenes en la vida, y pedir que el Espíritu Santo vive en nosotros para ayudarnos descubrir orden y dones del Espíritu en nuestras vidas.