En la primera lectura, escuchamos a Dios hablando con Moisés sobre otro profeta como Moisés, el Mesías, Jesús. Dice Dios a Moisés,
‘Yo haré surgir en medio de sus hermanos un profeta como tú. Pondré mis palabras en su boca y él dirá lo que le mande yo. A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas.”
O sea, no es bueno ignorar a las palabras de Dios.
En los últimos días hemos hablado sobre el pecado de la soberbia. Es soberbia cuando nos hacemos mas que Dios o la Iglesia y decidimos que nos hacemos mas importante que Dios, y hacemos nuestros propias reglas para complacer a nosotros mismos, no a Dios. Nos hacemos los mas importantes sobre todos los demás incluyendo a Dios. Es soberbia cuando solo hacemos lo que queremos nosotros, e ignoramos a nuestra familia o a nuestro Dios. Por ejemplo, es soberbia cuando decidimos que no es necesario asistir la misa.
El tercer mandamiento de Dios, de los Diez Mandamientos que Dios entregó a Moisés, decía,
ACUÉRDATE DEL DIA SÁBADO PARA SANTIFICARLO.
El “Día Sábado” se traduce, “El séptimo día.” O sea, que todo que tenemos viene de Dios, incluyendo el tiempo. Dios nos dio 6 días en la semana para hacer lo que queremos. ¿No podemos darle un día en siete? Es cuestión de relación con el. Igual en un matrimonio, ¿no tiene derecho un marido recibir atención de su pareja de vez en cuando?
¿No es soberbia cuando negamos tiempo y atención a nuestro amado? ¿No es soberbia también negar tiempo a nuestro Dios?
A cada rato en el evangelio encontramos a Jesús en la sinagoga. Hoy en el evangelio encontramos a Jesús en la sinagoga de Capernaum. Y el no estaba solo, notan Uds.
En aquel tiempo, se hallaba Jesús a Cafarnaúm y el sábado siguiente fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Los demás del pueblo también estaban presente, porque fue el sábado, el séptimo día, y ellos estaban obedeciendo el Tercer Mandamiento.
Y allí, como Uds. hoy, la gente escuchaban a sus enseñanzas, porque Uds. están con El, en el templo aquí, hoy, el séptimo día. Cuando llegamos los domingos a reunir, a escuchar lo que nos quiere ensenar nuestro Dios. Y lo alabamos juntos, en comunidad, y lo damos gracias por todo lo que hemos recibido de El, incluyendo a su palabra y nuestra vida eterna.
Después de su Resurrección, ¿donde fue Jesús? Los apóstoles y los primeros cristianos ensenan que Jesús entro a la iglesia después de su Resurrección. Y en la iglesia siempre esta El con nosotros, en palabra y sacramento, para darnos vida eterna.
Antes de nuestro bautismo, vivíamos bajo sentencia de la muerte. Sin nuestro bautismo no podemos tener esperanza de vida eterna. El bautismo nos hace ciudadanos del cielo, hijos de Dios, ciudadanos de su reino, y miembros de su iglesia. Con el bautismo podemos recibir los sacramentos y bendiciones de la iglesia.
Por nuestro bautismo hemos recibido la invitación a vivir en el Reino del Cielo.
¿Como debemos responder? ¿Con soberbia o resentimiento? O ¿debemos rendirnos, y hacernos sumisivos a Dios? Debemos responder reconociendo los dones que Dios nos ha otorgado, la vida eterna y todos los bienes que hemos recibido. Debemos responder aceptando ser miembros de su iglesia, porque Cristo vive en la iglesia, en su palabra y en sus sacramentos como su cuerpo y sangre.
Ser parroquiano es nuestra respuesta al don de nuestro bautismo y vida eterna con Dios. Un salmo nos dice,
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.”
Ser parroquiano es nuestra respuesta a Dios, diciendo, “Si, cuentan conmigo.” Estamos diciendo que no estamos en ningún “Unión Libre” con la iglesia, sino comprometido con la iglesia. Igual como decimos en el Sacramento de Matrimonio, que aceptamos el compromiso de amor, “Puedes contar conmigo.”
He oído a personas decir, “Yo no tengo parroquia, sino voy a donde me siento mas cómodo, o donde recibo mas satisfacción.” ¿No es también soberbia? ¿No es otro ejemplo del egoísmo?
Ser parroquiano no consta de preguntar a la parroquia, “¿Qué pueden hacer para mi?” Ser parroquiano, es crecer en madurez espiritual hasta ver como puedo yo servir a mi comunidad y a mi prójimo; no que mi parroquia sirve a mi, sino yo sirvo a mi parroquia. Eso es el fruto de madurar en espiritualidad. Todos tenemos que buscar como hacer la parroquia un lugar mas favorable para la comunidad y para nuestras familias. Y cuanto gusto tengo que tenemos tantos ministerios en nuestra parroquia.
En verdad, la parroquia es donde nosotros aprendemos como crecer en fe y en madurez espiritual. La parroquia es nuestro hogar espiritual. Es aquí donde aprendemos como vivir en el reino de Dios. Aquí en la parroquia aprendemos mas al fondo como Dios nos ama. Es aquí donde estamos formados en la fe, nosotros y nuestros hijos. Es donde recibimos a nuestros sacramentos de vida, y ofrecemos alabanzas a Dios, juntos en comunidad. Es donde compartimos el crecimiento en ministerios. Y es aquí donde compartimos la vida de la comunidad. Es aquí donde nos ayudamos a vivir libre de pecados, como la soberbia y otros defectos. Es aquí en la parroquia donde aprendemos ser católicos de comunidad. Es aquí en la parroquia donde conocemos mejor a Dios.
Jesús fundo la iglesia. Y Jesús entro a nuestra iglesia para siempre. El vive en sus sacramentos. Vive en nosotros.
El Papa Francisco dijo,
“Es absurdo pensar de vivir con Jesús, pero sin la Iglesia, de seguir a Jesús afuera de la Iglesia, de amar a Jesús sin amar a la Iglesia.” Es absurdo, porque Jesús vive en la Iglesia, para cumplir su promesa que siempre iba quedar con nosotros y no dejarnos solos.
Por eso somos parroquianos. Maduramos en la fe cuando aprendemos, en humildad, a amar a nuestra iglesia. Eso es nuestra respuesta a tanto amor divina. Decimos al Señor, decimos a nuestra parroquia, “Aquí estoy. Vengo a hacer su voluntad. Pueden contar conmigo.”
Por nuestro bautizo nosotros vivimos ya en el reino del cielo. Ahora, ¿que hacemos en el reino del cielo?
Servimos a Dios y a uno y otro.
¿Como podemos medir nuestro progreso en el reino del cielo?
Examinando con frecuencia cuanto estamos sirviendo y amando a otros o a nuestra comunidad. Y si es difícil para nosotros servir, o si no podemos identificar si estamos sirviendo, entonces tampoco estamos maduros espiritualmente. Somos esclavos del egoísmo y el pecado de la soberbia. ¡Ojo! Estás en peligro.
Marcos 1:21-28