Muchas veces nos involucramos tanto en vivir la vida cotidiana, que se nos olvida el hecho de que somos peregrinos en nuestro camino hacia la vida eterna. Es muy fácil de hacer… pero es muy peligroso para nuestra vida eterna.
A veces estamos tan interesados en vivir cómodamente que perdemos de vista el hecho de que no nos podemos quedar en un solo lugar. Nos guste o no, esta vida terrenal algún día llegara a su fin. Para cada uno de nosotros habrá consecuencias por la forma en la que hemos vivido esta vida terrenal. Al final somos peregrinos. Debemos vivir como peregrinos.
Este es el problema que encontramos en las Escrituras de esta semana. El hombre rico en el Evangelio se absorbió tanto en ser un hombre rico y vivir cómodamente que perdió de vista que la vida es corta. Perdió de vista a toda la gente de su alrededor. Él no podía ver o tan siquiera importarle el pobre Lázaro hambriento y cubierto de llagas. La vida cómoda del hombre rico lo cegó. Lo hizo frio a los demás y los pobres, y al final le costó la salvación eterna. Él se convirtió en un hombre insensible y egoísta, que incluso muerto no pudo ver a Lázaro en el cielo más que como a un simple servidor, diciendo al padre Abraham,
“que mandes a Lázaro…”
Quedo ciego hasta la eternidad a la dignidad humana de Lázaro. Este hombre se fue alejando de Dios más y más cuando el negaba amar o cuidar de Lázaro o aun reconocerlo. Siempre amaba más a sí mismo, aun en la muerte.
El profeta Amos tiene palabras para las personas así cuando Dios dio una voz humana a través de Amos, diciendo:
“Ay de los complacientes en Zion!
Que descansan en camas de marfil,
Estirándose cómodamente en sus sofás….”
Timoteo fue sacerdote ordenado por San Pablo en la primera generación de la iglesia. Timoteo hizo sus votos ante la iglesia. San Pablo le dice a Timoteo,
“Descansa en la vida eterna, a la cual fuiste llamado habiendo hecho la profesión delante de muchos testigos.”
Pablo también lo dice,
“Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado . . . . “
Si bien no podemos obtener la vida eterna por nosotros mismos, podemos “tomar posesión” de ella, viviendo como si hubiera la esperanza de una vida eterna, y que la forma en que vivimos nuestra vida en este mundo nos cuenta para nuestra salvación eterna. Así debemos vivir como peregrinos, no como hijos del mundo, sino como hijos de Dios. Hijos para la eternidad; peregrinos en este mundo.
Lc 16:19-31