Nosotros no vivimos en el cielo. Nosotros tenemos la pelea cotidiana, el reto cada día de vivir en este mundo, con todo lo que nos presenta, el bueno y el malo.
El bueno, si hay. Pero, también hay mucho que es malo, y hay muchas dificultades. Y estas experiencias difíciles pueden perturbar y causarnos perder la esperanza. En lo personal, cuando yo estoy con Uds. en la Santa Misa, o en el Confesionario, me impacta mucho las tragedias en sus vidas y la fe que existe en nuestra comunidad. Por supuesto, experimentemos enfermedades, engaños y traiciones aun entre de parejas y amigos, separación de parejas, la pobreza, padres ausentes, alcohólicos y adicción a drogas, la soledad, robos y problemas legales. Hay bastantes razones para perder la esperanza y sufrir la desesperación.
Pero, lo que mas me llama la atención es la fe y la esperanza que observo aquí en nuestra parroquia. Yo tengo mis propios problemas y dificultades que me pueden deprimir de vez en cuando. De vez en cuando mi fe sufre cuando el peso es mucho o cuando me alejo de Dios.
Pero cuando estoy con Uds., en la Santa Misa o cuando Uds. vienen al Confesionario, o estamos juntos, me llama mucho la atención que aquí experimento mucha fe y mucha esperanza. Esta experiencia me fortaleza en mi fe y mi esperanza. Aquí encuentro Jesús, entre Uds. El Espíritu Santo esta moviendo aquí en nuestra comunidad. Doy gracias a Dios que Uds. vienen a la Santa Misa y confiesen conviven aquí. Eso es un signo importante del movimiento del Espíritu Santo entre nosotros.
La vida cristiana es básicamente una vida de reconciliación continua. Todos nosotros estamos en camino en la vida, moviendo del pecado hacia la gracia. Y tenemos un Buen Pastor quien siempre nos esta cuidando si prestamos atención a su voz.
Jesús dijo a los judíos: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano.
Quiero revelarles este movimiento presente entre Uds. y nosotros. Casi todos nosotros hemos experimentado la desolación de sentirnos lejos de Dios, solos, cautivos de nuestras circunstancias en la vida, muchas veces sin esperanza. Parejas, por ejemplo, en que el hombre no quiere tener nada que ver con Jesús o su Iglesia, viven juntos pero no pueden comulgar porque no están viviendo en sacramento. O padres de hijos quienes se han vueltos rebeldes, rechazando a Dios y la iglesia. O parejas que experimentan el abuso adentro de la familia.
Pero uno se mueve hacia Dios y comienza a experimentar la gracia y la esperanza de Dios. Atienden un retiro o comienzan a compartir la Biblia o a rezar, o a sentir el hambre espiritual para Dios. Poco a poco los dos con sus hijos se encuentran en la Misa, quizás decididos a casar en el Sacramento de la Iglesia. Comienzan a confesar con frecuencia, quizás después de muchos años de no confesar. De repente toda la familia están comulgando juntos. Comienzan a preocuparse como pareja el crecimiento de la fe entre ellos mismos y entre sus hijos. Comienzan a preocuparse por su salvación eterna, juntos.
Este movimiento, hermanos, es el movimiento del Espíritu Santo entre nosotros. Eso es el movimiento del pecado hacia la Gracia.
Jesús no nos va a forzar a ser sus ovejas. Dios nos crió con la libertad de escoger a El o no.
Cuando maduramos en el Espíritu, permitimos a El mover en nosotros y llevarnos hacia El, hacia la vida eterna.
Y así comenzamos a experimentar mas esperanza, alegría y paz en medio de todos los desafíos y tentaciones que nos rodea. Así aprendemos salir del miedo, la vergüenza y la sombra del pecado, y unirnos cada vez mas al Buen Pastor. Juntos. En la fraternidad de nuestra parroquia del Sagrado Corazón de Jesús. Eso es como aprendemos a vivir nuestra Pascua, moviendo del pecado … hacia la Gracia.