El domingo pasado celebramos el último domingo de la temporada de la Navidad, la Epifanía. En todo el mundo cristiano ese día representa la revelación de la llegada de Dios al mundo, en la carne del bebé humano, Jesús. Los tres reyes lo reconocieron y vinieron a darle homenaje.
Hoy celebramos el domingo de tiempo ordinario. Marcamos el tiempo ordinario con el color verde que usamos. Pero, aunque lo nombramos “tiempo ordinario”, ¿cómo puede ser tiempo “ordinario” después del nacimiento de Jesucristo?
Vamos a imaginar el tiempo antes de Cristo. Si pudiéramos ver con una sola vista a toda la historia humana, realmente serían dos partes de la historia: el tiempo antes de Cristo, y el tiempo después de Cristo.
En la literatura, en periódicos y en documentos oficiales en todo el mundo escriben el tiempo antes de Cristo, a. C. Antes de que Cristo dominó todo el mundo incluyendo la muerte. Antes de Cristo todo hombre iba morir sin la esperanza de vivir eternamente. De cierta forma, aquél tiempo fue el dominio de la muerte. Toda vida en el mundo terminó con la muerte. No hubo otra esperanza sino la muerte.
Si se acuerdan de una de mis homilías recientes, yo hablaba de que Dios no creó a la muerte, ni al pecado. Dios creó al hombre en su imagen. Hombre y mujer son creados en la imagen de Dios. Dios creo al hombre para amar y vivir para siempre con Él.
Pero, Adán y Eva, nuestros primeros padres, fueron rebeldes y perdieron la vida eterna que tenían desde su formación por Dios. Ellos decidieron desobedecer a Dios, y perdieron la amistad de Dios por su infidelidad y desobediencia. Perdieron entonces la vida eterna por su pecado, su propia decisión. Adán y Eva escogieron vivir sin Dios, y entonces se hicieron mortales. Adán y Eva murieron. Después de hacerse mortales pero antes de morir ellos tuvieron hijos quienes no tenían la opción de vivir eternamente, porque no podían recibir vida eterna de sus padres. Así ellos son nuestros padres. Por lo tanto, todo hombre es mortal, y también todo hombre fue destinado a morir.
Este concepto lo llamamos “El Pecado Original”, porque la muerte del hombre se inició cuando nuestros primeros padres perdieron la vida eterna. Desde aquel momento en nuestra historia el hombre vivía sin esperanza de vivir eternamente, sino con el destino de la muerte. Así fue la historia humana hasta la llegada de Jesucristo, o los años que designamos “a. C.”, o “antes de Cristo.”
Ahora iniciamos en todo el mundo el “año domini 2012”. “Anno domini” en Latín o año de Nuestro Señor, es como llamamos a esta segunda parte de la historia humana. Lo escribimos A.D. Todos los calendarios en los últimos dos mil años se designan con estas letras, A.D., o “anno domini.”
(Nota: En México se usa a.C. (antes de Cristo) y d.C. (Después de Cristo).)
La diferencia entre los años a. C., o antes de Cristo y los años A.D., o Anno Domini, no es sólo un antes o un después del nacimiento de un hombre, Jesús. No, es mucho más. La diferencia es la diferencia entre la muerte y la vida. Jamás podía vivir eternamente una persona después de la caída de Adán y Eva y antes del nacimiento de Jesucristo. Pero, después del nacimiento de Jesucristo y su ministerio y sacrificio en el mundo, los hombres tienen la posibilidad de vivir para siempre con Dios, con María, con Jesucristo y los apóstoles y santos. Por primera vez en la historia humana hay esperanza de vivir sin el Pecado Original, sin el dominio de la muerte. Para los bautizados en Cristo, ya podemos compartir su victoria y vivir sin miedo de la muerte eterna. Así venia el Nuevo Testamento, con el Reino de Dios.
Juan el Bautista anunció la llegada del Reino de Dios. Juan predicaba sobre el Mesías quien iba bautizar con agua y el Espíritu Santo. Cuando Juan estaba con sus discípulos y vio que Jesús pasaba, dijo,
“Este es el Cordero de Dios”.
Los dos discípulos entonces siguieron a Jesús y se hicieron discípulos y luego “apóstoles”. Jesús vio al hermano de Andrés, Simón, y cambió su nombre, a Kefás, que significa Pedro, o “roca”. Así Jesús comenzó a establecer su iglesia sobre esta roca.
La iglesia fue fundada para traer el Reino de Dios al mundo con los sacramentos de la iglesia, sacramentos de vida eterna. Después de su resurrección Jesús dijo a sus apóstoles,
“Vayan y hagan discípulos a todo el mundo, bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.”
¿Por qué bautizar a todo el mundo? Porque Jesús había dicho también al fariseo Nicodemo,
“El que no renace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.”
El bautizo es la puerta a la vida eterna y los demás sacramentos de la iglesia.
¿Por qué bautizar a todo el mundo? Siempre fue el plan del Padre redimir a sus hijos. ¡Bauticemos para destruir la muerte eterna! “Anno Domini” significa que ahora, quienes nacen después de la llegada de Jesucristo, y son bautizados en Cristo, mueren con Cristo, renacen y vivirán para siempre.
Los bautizados renacen para ser como Eva y Adán originalmente, sin Pecado Original y sin la muerte. María tuvo una inmaculada concepción, o sea, que nació sin Pecado Original, y así ella es la segunda Eva, creada sin pecado. María no experimento la muerte. A través de nuestro bautizo, la Iglesia nos hace como María, y como fueron creados Eva y Adán, sin pecado, sin la muerte, redimidos para vivir eternamente en el amor de Dios.
Pero no es suficiente ser bautizados solamente. Ser bautizado en Cristo implica que tenemos que hacernos discípulos de Cristo, para estar listos a servir a Dios, como lo hizo Samuel. Cuando Dios llamó a Samuel, él aprendió de Eli a responder:
“Habla, Señor; tu siervo te escucha.”
Los bautizados no creen en una simple resurrección del espíritu, sino la resurrección del cuerpo junto con el espíritu. Así, destaca San Pablo que nuestros cuerpos también deben ser santos, templos del Espíritu Santo. Por lo tanto, no debemos contaminar nuestros cuerpos ni con drogas, ni con desfiguraciones, ni con fornicación.
San Pablo no condena el sexo, sino condena al sexo fuera del matrimonio. Dios nos dio el sacramento de matrimonio para nuestro bien y nuestra salvación. El sexo fuera del matrimonio siempre es pecado serio, según San Pablo. Cuando el sexo es entre personas casadas, pero no casadas entre ellos mismos, entonces esta fornicación se llama adulterio. Eso va en contra del sexto mandamiento de Dios. Todo sexo fuera del matrimonio es fornicación, y también es condenado. Así perdemos la vida eterna.
También Jesús nos dio el sacramento de la reconciliación. Durante la confesión con el sacerdote de la iglesia, todo pecado que confesamos, cuando pedimos perdón y misericordia de Dios, será perdonado. Cuando somos perdonados en el sacramento de la confesión, Dios nos hace como recién bautizados, limpios de nuestros pecados, listos para la vida eterna.
Así, el plan que Dios tenía siempre para llevarnos a vivir eternamente con El. Jesús vino para perdonar nuestros pecados y vivir eternamente en el Reino de Dios.
Por eso vivimos en tiempo “A.D.” “Anno Domino” Año de Dios. ¡Feliz Año Nuevo! ¡En Cristo!