Moisés fue curioso y se acercó a la zarza. Moisés observo ¿por qué la zarza no se consume?
Yavé vio que Moisés se acercaba para mirar; Dios lo llamó de en medio de la zarza:
« ¡Moisés, Moisés!», y él respondió: «Aquí estoy.»
Yavé le dijo: «No te acerques más. Sácate tus sandalias porque el lugar que pisas es tierra sagrada.»
Tierra sagrada quiere decir, donde esta Dios. Muchas veces nosotros no vemos tierra sagrada sin que alguien nos diga cual es. Todos tenemos la experiencia de tierra sagrada. Pero quizás no lo reconocemos.
Me gustaría hablarles de la tierra sagrada que debe existir en la vida de cada uno de Uds: Su casa, su hogar.
Con frecuencia me piden bendecir casas, y me agrada hacerlo. Como un convertido a la iglesia católica, realmente tenía yo que aprender que significaba el concepto de bendecir una casa. Aprendí con la experiencia que bendecir una casa es igual a invitar a Dios a que venga a vivir en este hogar, con esta familia. Tenemos que hacer un espacio sagrado para Dios en nuestro hogar, y asegurar que Dios pueda actuar en él. Simplemente echar “Agua Bendita” no bendice a una casa.
Pero nada es tierra sagrada hasta que lo reconocemos nosotros, y “nos quitamos las sandalias”, y lo tratamos con un respeto especial. Así es con nuestro hogar.
Déjenme darles un ejemplo. Ustedes saben que yo soy viudo. Teníamos mi esposa y yo seis hijos. Cuando eran muchachos, con los grandes de secundaria, una vez oí a los grandes entrando a la casa hablando maldiciones, palabras malas. Inmediatamente los comencé a regañar. Los llamé a que sentaran en la sala.
Yo comencé a darles una lección sobre sus bocas sucias.
Pero, pronto, los grandes comenzaban a decirme, “¡Espérate, Papá! ¿Por qué nos regañas, cuando te hemos escuchado a ti decir lo mismo y cosas peores?”
Me detuvieron inmediatamente. Me di cuenta que ellos tenían toda la razón en este caso. Yo si tenía descuido con mi boca. O sea, en mi vida profesional, en el trabajo, yo era un hombre del mundo. Con frecuencia yo estaba en mi casa hablando por teléfono con colegas de trabajo, con clientes, etc., y mi familia me oía a mí usar malas palabras en la casa. Yo llevaba mis hábitos del mundo a mi hogar.
Los comentarios de mis hijos aquel día me frenaron. No tenía respuesta. Así termino aquella conversación.
Yo reflexioné muchos días sobre esta situación y mi fracaso. Ellos tenían toda la razón. Yo si tenía una boca sucia, y lo mostraba en casa. Yo no tenía ninguna ventaja para dar instrucciones morales a ellos al respecto. Eso me dolía. Sabía que yo tenía una responsabilidad como padre. Pero mi posición estaba débil por mi propio comportamiento. Algo tenía que cambiar.
Después de contemplar la situación y pedir ayuda de Dios, decidí volver a conversar con mis muchachos sobre el tema. Les invité otra vez a conversar. Eso es lo que les dije,
“Miren, yo estaba equivocado en la otra conversación. Les pido perdón. Pero, tenemos que hacer algo diferente aquí en la casa.”
Y continúe, “En la calle hay todo tipo de conversaciones y comportamientos, bien y mal. Yo no puedo ser ‘policía’ de la calle, ni del comportamiento que hay en la calle. Y tampoco voy a ser policía de Uds. en la calle. Es más, soy incapaz.
“Sin embargo todos necesitamos un lugar seguro, libre de abusos. ¿De acuerdo? Necesitamos un ‘nido’, un hogar que es seguro. ¿Qué les parece si hacemos un trato para asegurar paz en nuestra casa? ¡Nuestro hogar va a ser un lugar seguro! Vamos a hacer un acuerdo todos, que nuestro hogar sea libre de cualquier abuso, ya sea de violencia, drogas, sexo, palabras, enojos… o sea de cualquier tipo de abuso.”
Me sorprendieron mis hijos, grandes y pequeños, diciendo, “¡De acuerdo, Papá!”
Pero yo seguía, diciendo, “¿Ven Uds. la puerta principal de la casa? Vamos a hacer un trato, aquí, y ahora. Vamos a hacer la promesa de que todos estos abusos quedan afuera de nuestra casa, al otro lado de aquella puerta. Vamos a hacer un compromiso, todos juntos, que vamos a respetar que nuestro hogar sea un hogar seguro, libre de abusos. Todos debemos tener un lugar donde esperamos escapar de los abusos y comportamientos de la calle y estar a salvo. ¿Están de acuerdo?”
Su respuesta era muy sencilla,
“Si, Papá. ¿Algo más?”
Así la conversación terminó. Fue demasiado fácil.
Puedo decirles que todos respetamos el trato. No fuimos perfectos. Nos caímos de la bicicleta de vez en cuando. Pero, realmente el ambiente de la casa cambiaba. Minimizó mucho el abuso en la casa de malas palabras y enojos. Compartíamos el entendimiento que nuestro hogar era un lugar sagrado, y que los demás abusos e insultos no eran aceptables en nuestro hogar. Me di cuenta de otros efectos con el tiempo.
Poco a poco, en mi caso personal, mis hábitos de casa comenzaron a cambiar. Y mis hábitos de casa me siguieron al mundo, a mi trabajo. Yo nunca decía nada a mis colegas con respecto a nuestro vocablo. No criticaba a nadie. Sin embargo, yo usaba menos y menos malas palabras. No puedo explicar el porqué, pero mis colegas de trabajo comenzaban a minimizar el uso de maldiciones en mi presencia. Fue extraño, pero yo notaba el cambio.
También notaba que mi vocablo normal comenzaba a tener más fuerza de la que esperaba. O sea, que yo no necesitaba hacer énfasis con malas palabras; y veía la necesidad de moderar mis comentarios para no causar demasiado énfasis.
Otra cosa que note. Mi responsabilidad en la casa incluía preparar el desayuno todos los sábados. Mis hijos grandes tenían muchos amigos. Siempre fueron bienvenidos a pasar la noche en nuestra casa. Pero, los sábados en la mañana, yo notaba que aumentaba el número de muchachos que pasaban la noche viernes en mi casa. Nunca podía anticipar el número de jóvenes que estaban en nuestra casa los sábados, o las bocas hambrientos cuando yo estaba preparando un desayuno de huevos, tocino y pan tostado.
Una vez le pregunté a uno de mis hijos, “Hijo, ¿de dónde vienen tantos amigos los sábados en la mañana? ¿Por qué están aquí?”
La respuesta fue, “Bueno, Papa, son más amigos nuestros quienes nos dicen que prefieren no pasar la noche en sus casas los viernes. Tienen que estar en sus casas toda la semana, pero nos dicen que se sienten más seguros aquí los fines de semana.”
¿Se sentían más seguros en nuestra casa? Ahhh….. Comenzaba yo a entender. Nosotros teníamos un trato familiar de dejar todo abuso, incluyendo enojos, rencores, violencia, sexo, alcohol, todo abuso fuera de la casa. Por tanto nuestro comportamiento estaba cambiando el ambiente de la casa. Y, poco a poco los visitantes a nuestra casa lo sentían.
Así aprendí a bendecir una casa. Si queremos bendecir nuestra casa, somos nosotros quienes necesitamos hacer un compromiso firme de no permitir que los hábitos de la calle pasen nuestras puertas. Padres, somos nosotros los responsables de lo que entra a nuestras casas. Y muchas veces somos nosotros quienes llevamos a la casa lo que no debe entrar nunca. Papás, padres de familia, protejan a sus hogares. No solamente paguen la renta de la casa, sino provean a un hogar seguro de cualquier abuso a la paz familiar.
Estos son conversaciones que debemos tener en la familia, entre maridos, y entre papás e hijos. Eso es como debemos bendecir a nuestras casas, y hacerles tierra sagrada.