Dos veces en el Evangelio de hoy Jesús dice:
«Ama a tus enemigos.»
Ofrece la otra mejilla cuando te hayan golpeado.
Una vez conocí a un sacerdote que había sido terriblemente agraviado, pública e injustamente, por uno de sus feligreses. Fue doloroso, injusto y público. Todos sabían que el sacerdote no hizo nada malo, sino que actuó en el mejor interés de su parroquia.
Más tarde, alguien de confianza, con confianza en el sacerdote, le preguntó: «¿Podrás perdonar a la persona que te hizo daño?» El pastor respondió: “Sí. Pero no todavía.»
A veces, perdonar a quienes nos maltratan puede ser difícil. A veces lleva tiempo. He observado este dolor en familias que duran décadas e incluso se transmiten de una generación a otra. A veces incluso olvidan cómo empezó. Vemos lo difícil que puede ser perdonar incluso para las víctimas de abuso sexual. Eso es dificil….
“Haz con los demás lo que te gustaría que hicieran contigo”.
A veces esto puede ser espiritualmente muy desafiante.
Pero tiene que hacerse. Es difícil para la mayoría de las personas, pero es esencial para aquellos que se llaman cristianos.
En el Salmo que compartimos,
El Señor es compasivo y misericordioso.
El Señor perdona tus pecados
y cura tus enfermedades;
él rescata tu vida del sepulcro
y te colma de amor y de ternura.
Jesús nos dice,
Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos’’.
En la primera lectura de Samuel, escuchamos la historia de Saúl y David. Tanto Saúl como David fueron ungidos por Dios como los dos primeros reyes de Israel. Sin embargo, el rey Saúl, quien originalmente admiraba a David, se puso celoso de él. Saúl perdió el favor de Dios cuando comenzó a conspirar para matar a David. Lo intentó varias veces, incluso tomando tropas para perseguir a David y capturarlo.
En esta lectura escuchamos cómo Dios entregó a Saúl en manos de David y David tuvo la oportunidad de matar al rey Saúl. David y su compañero Abisai encontraron a Saúl dormido con sus tropas.
Abisai susurró a David:
“Dios te está poniendo al enemigo al alcance de tu mano. Deja que lo clave ahora en tierra con un solo golpe de su misma lanza. No hará falta repetirlo”.
David tenía a su perseguidor en sus manos. Todo terminaría con una estocada de la lanza del Rey. Sin embargo, David sabía bien que Dios mismo había elegido a Saúl y lo había ungido rey.
David dijo a Abisai:
“No lo mates. ¿Quién puede atentar contra el ungido del Señor y quedar sin pecado?”
David no buscaría venganza, por su amor a Dios. En cambio, David tomó la lanza y el cántaro de agua del rey Saúl para demostrar que se había ganado la ventaja de Saúl, pero fue leal a él y le dijo a la mañana siguiente:
“Rey Saúl, aquí está tu lanza, manda a alguno de tus criados a recogerla. El Señor le dará a cada uno según su justicia y su lealtad, pues él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor”.
Jesús es el hijo de David, el Hijo de Dios. Como cristianos bautizados, se espera que amemos a nuestros enemigos. No es fácil.
Pero es cristiano. Estamos llamados a ser misericordiosos.
Cuando el perdón es difícil, es cuando debemos pedir al Espíritu Santo la gracia de perdonar, aun cuando parezca imposible.