En el cuarto domingo de Adviento, la Iglesia se acuerda de las promesas de Dios a través de sus profetas, acerca de que Dios vino a la tierra como un niño pequeño. El Evangelio repite el mensaje de Isaías en la primera lectura, escrito como una profecía unos 700 años antes del nacimiento de Jesús.
He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros».
San Mateo repite esta profecía cuando habla del nacimiento real del Mesías a María, cuando el ángel Gabriel aparece a José y le dice:
… ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
….
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías:
He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.
La Navidad es el centro de la historia humana. Hubo un tiempo de historia humana antes del nacimiento de Jesús. Hay un tiempo ahora, después del nacimiento de Jesús. La Navidad marca el punto en la historia humana, que termina el tiempo antes de Jesús, antes de que Dios vino entre los hombres como un ser humano, e inicia un nuevo período, la venida del Reino de Dios a los hombres.
Nunca podremos volver a como eran las cosas antes. Podemos ignorar la venida de Dios a la tierra como hombre. Podemos negarlo. Pero sucedió, y cambió todo. Su efecto cambio la humanidad. Antes teníamos que vivir con nuestros pecados. Después, Jesús vino a liberarnos de nuestros pecados y de la muerte.
Juan el Bautista profetizó acerca de Jesús viniendo entre los hombres. Juan apareció predicando en el desierto de Judea diciendo: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca».
Jesús solía decir: «El Reino de Dios está cerca».
Cuando Jesús ordenó a los discípulos que salieran a predicar, les dijo:
A medida que vayan, hagan esta proclamación: ‘El reino de los cielos está cerca.
En el nacimiento de Jesús nació un Rey. Él es nuestro rey. Su reino es eterno. Estamos invitados a vivir en Su Reino, para vivir con El para siempre. No es automático. Tenemos que renegar nuestros pecados y seguir Sus mandamientos.
Antes del nacimiento de Jesús, había poca esperanza en el mundo más allá de la profecía judía. Había melancolía y miedo a la muerte en todo el mundo. Jesús vino y derrotó a la muerte, y dio esperanza al mundo. Con nuestro bautismo y nuestra vida sacramental en la Iglesia poseemos algo que ningún ser humano poseía antes del nacimiento de Jesús. Con nuestro bautismo y vida sacramental nuestros pecados son perdonados; tenemos el Espíritu Santo. Nunca podremos morir, porque vino a nosotros, a vivir como nosotros para convertirnos como Nuestro Salvador.
San Pablo le dijo a los romanos que Dios lo había llamado,
“… para ser apóstol y elegido por él para proclamar su Evangelio. Ese Evangelio, que, anunciado de antemano por los profetas en las Sagradas Escrituras, se refiere a su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, que nació, en cuanto a su condición de hombre, del linaje de David, y en cuanto a su condición de espíritu santificador, se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios, a partir de su resurrección de entre los muertos.”
El mensaje de Pablo era que todo había cambiado, y nunca sería el mismo, porque Jesucristo nos ha nacido. Prepárense para dar la bienvenida a su salvador.
Gracias a Dios.