El Diablo no quiere que nos integramos con Dios y la Iglesia que Jesús fundó. El Demonio hace cualquier mentira o trampa para poner sus obstáculos a nosotros. Por ejemplo, mucha gente dicen “No soy digno”, o, no soy digno a servir en la Misa como acólito, o ministro de Comunión, o Acomodador, o aun ser monja o sacerdote o diácono. “No soy digno” es una mentira que viene del Diablo. También observemos a personas quienes se quedan muy atrás en la Misa y no se acercan al Altar, quizás por que piensen que, “Yo no soy digno.”
¡No acepten este mentira del Demonio! Dios nos ama. Es Nuestro Señor quien nos hace digno.
Hoy en las lecturas tenemos tres ejemplos de hombres, servidores de Dios quienes dijeron “No soy digno”, pero servían muy bien a nuestro Dios y su pueblo.
Isaías, unos 740 años antes del nacimiento de Jesucristo, dijo a Dios,
“¡Ay de mí!, estoy perdido,
porque soy un hombre de labios impuros,
que habito en medio de un pueblo de labios impuros, ….
Luego, uno de los serafines quienes observo Isaías con Dios
Con la brasa me tocó la boca, diciéndome:
“Mira: Esto ha tocado tus labios.
Tu iniquidad ha sido quitada
y tus pecados están perdonados”.
Luego, Isaías escucho a Dios decir,
“¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?” Yo le respondí: “Aquí estoy, Señor, envíame”.
Estamos observando la conversión de Isaías en su fe en Dios. En su conversión, rechazo la mentira del Diablo, que Isaías no era digno de la presencia de Dios. Luego, Isaías se convirtió en uno de los profetas de Dios mas fuerte en el Antiguo Testamento, y predicó el Mesías, ocho siglos antes de Cristo.
San Pablo nos ayuda a entender lo mismo. Pablo perseguía la nueva Iglesia Cristiana, responsable por muertos y sufrimientos de muchos de los primeros Cristianos. Pablo cuenta que Jesús resucitado había aparecido a muchos, incluyendo los primeros apóstoles, hasta que finalmente Jesús se le apareció a Pablo.
Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol.
Dios perdonó y llamó a San Pablo, y luego Pablo no podía decir “No soy digno”, sino como Isaías, “Aquí estoy, Señor, envíame!” o “Puedes contar conmigo!”
En el evangelio, escuchamos al pescador Simón, luego nombrado por Jesús, “Pedro”, o la piedra angular de la Iglesia. Jesús entró al barco de Simón para predicar a un gran número de gente quienes venían en grandes cantidades para escucharlo. Después de su enseñanza dijo a Simón Pedro,
Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes”.
Y cogieron gran cantidad de pescados hasta casi hundir su barco y el barco de sus compañeros. Simón se dio cuenta del milagro casi inmediatamente, diciendo,
“¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”
Fue un momento de conversión para Simón Pedro, como decir, “No soy digno”.
Los tres, Isaías, San Pablo y San Pedro no eran santos, y pensaban que no fueron dignos de Dios. Los tres experimentaban una conversión fuerte a Dios. Ellos no se hicieron dignos a si mismos, sino Dios les perdonó y ellos experimentaban el Amor de Dios. Luego, ellos, cada uno dejaban a todo y se entregaban sus vidas al servicio de Dios y su pueblo. Jesús dijo a Simón,
“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
También Santiago y Juan dejaban todo en la playa.
Cuando nosotros experimentábamos esta conversión, ya no decimos, “No soy digno”. Claro que no somos dignos. Pero Jesús nos hace dignos. Cuando reconocemos que estamos perdonados nos entregamos a todos.
Luego, vivimos esta dignidad de ser seguidores de Cristo en comunidad de Cristo, Católicos y parroquianos. Aceptamos seguir sus mandamientos. Nos integramos diciendo,
“Aquí estoy, Señor, envíame”.
¡Puedes contar conmigo!
Ya no nos escondimos sino decimos a toda la parroquia, “Aquí estoy! Aquí estoy! Cuenten conmigo. Aquí estoy.
Inscribimos en la membresía de la Iglesia. En nuestra parroquia usamos sobres para comunicar nuestra presencia. Si están ya registrados en la parroquia utilicen los sobres que llegan su dirección de correo. Si no, pueden usar los sobres amarrillos que encuentren en las entradas de la iglesia.
No les sirve tratar de esconderse o ser invisible en las sombras, atrás de la iglesia. Nadie somos dignos de los sacramentos de la iglesia, pero nuestro Dios nos llama, “¿A quién enviaré?” Nos perdona nuestros pecados. Nuestra respuesta debe ser como Isaías,
“Aquí estoy, Señor, envíame”.
¡Puedes contar conmigo!